Literatos, celebridades, inventores, herederas, actores, pero también gente corriente se resisten a veces a abandonar este mundo sin que sus últimas voluntades garanticen que el “Nunca te olvidaremos” de rigor sea inesperado, esperpéntico y a veces insultante para sus deudos.
Mientras que la mayoría de los testamentos tienen el objetivo de asegurarnos de que nuestros asuntos financieros sean resueltos después de nuestra muerte, algunas personas los han utilizado para causar daño o levantar una sonrisa desde más allá de la tumba.
Independientemente de la cantidad de dinero o propiedades que tenga una persona, necesitan un testamento y una última voluntad para garantizar que sus pertenencias quedan en manos de sus deudos, sus mascotas, sus caridades u organizaciones preferidas o unos cuantos desconocidos elegidos al azar.
William Shakespeare, por ejemplo, dejó en su testamento su “segunda mejor cama” a su viuda, Anne Hathaway, lo que hace inevitable la pregunta de a quién dejaría el inmortal literato la mejor cama de su propiedad.
En su tumba quiso que se grabara la siguiente frase: «Bendito el hombre que respete estas piedras y maldito el que remueva mis huesos”, por lo que al morir su esposa no la enterraron a su lado.
No como el escapista Harry Houdini, que amaba tanto a su esposa, Bess, que le prometió ponerse en contacto con ella desde la otra vida, utilizando un mensaje secreto planificado de diez dígitos que solo ella sabría.
Para ello, en su última voluntad y testamento estableció que se celebrara una sesión espiritista cada aniversario de su muerte, para silenciar a los detractores cuando finalmente informara de su presencia, cosa que Bess nunca hizo.
El comediante estadounidense Jack Benny dejó una instrucción conmovedora en su testamento cuando murió en 1974.
Todos los días la florista entregó una rosa roja de tallo largo en casa de su viuda Mary, para lo que incluyó una provisión de por vida.
GENIOS DE LA LITERATURA
Virgilio, autor de La Eneida, redactó instrucciones para que el poema fuera pasto de las llamas después de su muerte, porque estaba incompleto.
Afortunadamente, sus amigos y discípulos lograron convencerle antes de su muerte, a ellos hay que agradecerles que llegara a generaciones posteriores.
Otro genio de las letras, Charles Dickens estipuló un último deseo: que “aquéllos que asistan a mi funeral no lleven bufanda, capa, lazo negro, una larga banda para el sombrero u otro repugnante despropósito».
Tampoco quiso unas exequias públicas, sino un acto sencillo y económico con “solo” tres coches fúnebres.
Pero como él ya no estaba para evitarlo, a su muerte fue honrado con un gran cortejo, con todos los asistentes de luto riguroso y con una despedida que se convirtió en un evento nacional.
DISPONER DEL PROPIO CUERPO
Muchas veces las últimas voluntades se refieren a uno mismo y a la disposición de sus restos. Gene Roddenberry, creador de Star Trek y autor de la frase “El espacio, la última frontera” se aseguró de que así fuera, incluyendo instrucciones en su testamento para que sus cenizas se dispersaran desde un satélite espacial en órbita alrededor de la tierra, acto que se realizó en 1997.
Por su parte, Mark Gruenwald, escritor de comics de Marvel, como Capitán América y Iron Man, dijo que deseaba que sus cenizas se mezclasen con la tinta utilizada para imprimir los cómics.
Y así se hizo…
Como también se cumplió con la última voluntad de la rica petrolera californiana Sandra West, que murió en 1977 a los 37 años por sobredosis de medicamentos.
Había dispuesto ser enterrada vestida con un pijama de seda, adornada con algunas de sus joyas y dentro de su Ferrari azul con el asiento inclinado cómodamente. Su familia la enterró en el Álamo Masonic Cemetery y luego cubrieron la tumba con cemento para evitar saqueos.
CONDICIONES PERVERSAS
Charles Vance Miller, un bromista abogado radicado en Toronto siguió riéndose hasta la tumba después de su muerte en 1926.
En su testamento legó una gran suma a cualquier mujer de Toronto que tuviera mayor número de hijos durante la década siguiente a su muerte.
El resultado se conoció como el «Gran Derby de la cigüeña».
Cuatro ganadoras empataron con nueve niños por cabeza y cada una recibió alrededor de 125.000 dólares.
En libros de texto norteamericanos se estudia el caso de un hombre que dejó todo a su esposa, con la condición de que ella momificara su cuerpo y lo instalase en el sofá de la sala de estar para siempre.
Por suerte para la mujer, el tribunal invalidó esa parte del testamento del marido, entendiendo que resultaría imposible que se volviera a casar o incluso tener una cita con la momia de su difunto esposo presidiendo el salón de su casa.
BICHOS Y DEMÁS PARIENTES
Son numerosos los testadores que han dejado sus mansiones, sus fortunas o grandes cantidades de dinero a sus mascotas.
Leona Helmsley, mujer de negociones multimillonaria conocida en Estados Unidos como la Reina del Mal, dejó en 2007 la friolera de 12 millones de dólares a su perro maltés en su último testamento, cantidad reducida más tarde a dos millones por un juez.
En comparación, sus nietos recibieron 5 millones cada uno, pero solo con la condición de visitar la tumba de su padre cada año.
La rica heredera Eleanor Ritchey legó unos 14 millones de dólares a sus 150 perros callejeros.
Cuando murió el último chucho, el resto del dinero se destinó a la Fundación de Investigación de la Universidad de Auburn para fondos dedicados a la investigación sobre enfermedades caninas.
El granjero Thomas Shewbridge saltó a la fama en 1985 después de muerto cuando entregó los derechos de las acciones de su patrimonio a sus dos perros, que se hicieron así dueños de 29.000 títulos en la compañía eléctrica local.
Lo mejor es que los canes asistían regularmente a las juntas de accionistas y juntas directivas, aunque no hay constancia de sus intervenciones.
Dusty Springfield, la cantante británica, hizo de su gato de 13 años protagonista absoluto de su última voluntad y testamento, con instrucciones detalladas sobre cómo debía ser alimentado con comida para bebés importada y amenizados sus días con canciones pop.
Además, la cantante también dispuso que el gato se casara con la gata de su nuevo tutor.
CRÍA CUERVOS
Benjamin Franklin, uno de los «padres fundadores» de los Estados Unidos, científico, político e inventor, tuvo el último deseo de que su hija no se dedicara al «pasatiempo caro, vano e inútil de usar joyas».
Pero todo tiene una explicación, ya que como ex embajador en Francia, Franklin recibió un retrato del rey Luis XVI en un marco con 408 diamantes. Dejó esta foto y el marco a su hija Sarah, con la condición citada para evitar que eliminara los diamantes del marco para su propio adorno.
El padre de Grace de Mónaco, John B. Kelly, un contratista multimillonario que ganó tres medallas de oro olímpicas hizo un testamento para que su familia pasara un buen rato riéndose. Estas son algunas de sus frases:
“A mi hijo John, todas mis pertenencias personales, como trofeos, anillos, joyas, relojes, ropa y equipo deportivo, excepto las corbatas, camisas, suéteres y calcetines, ya que parece innecesario darle algo de lo que ya ha tomado posesión”.
No le dejó nada a su yerno, el príncipe Rainiero de Mónaco, declarando:
“No quiero dar la impresión de que estoy en contra de los yernos. Si son del tipo correcto, se ocuparán de sí mismos y de sus familias, y lo que yo pueda darles a mis hijas ayudará a pagar las facturas de ropa que, de seguir como empezaron bajo la competente tutela de su madre , serán bastante considerables”.
POR LOS PELOS
Napoleón Bonaparte quiso que al morir le afeitaran la cabeza y repartieran su pelo entre sus amigos.
Esto permitió que análisis recientes certificaran la presencia de grandes cantidades de arsénico, lo que unido a los síntomas previos al deceso, -vómitos con sangre seca-, apunta al envenenamiento.
Sin embargo, al parecer las paredes de su habitación contenían arsénico – lo que no era raro en esa época- y debido a su cáncer de estómago, su médico también le recetó otro tipo de veneno que contribuyó a su desaparición final.
Henry Budd, un inglés acaudalado que murió en 1862, destinó una herencia de 200.000 libras a sus dos hijos, con la condición de que ninguno se dejara crecer el bigote.
Mathias Fleming compartía este desagrado por los mostachos, pues dejó en 1869 diez libras a cada uno de sus empleados, pero sólo cinco a quienes lucieran pelo bajo la nariz.
John Bowman, abogado y educador estadounidense, fundador de la Universidad y el Colegio de Agricultura y Mecánica de Kentucky, murió en 1891 dejando estipulado que todas las noches tras su muerte se preparara la cena por si volvía a la vida.
Para ello creó un fideicomiso por un valor de 50.000 dólares de la época para pagar a los sirvientes y mantener su mansión.
Y así hasta que el dinero se agotó en 1950.
T.M. Zink, abogado de Iowa que 1930 otorgó un generoso fideicomiso durante 75 años para fundar la Biblioteca Zink Womanless, o lo que es lo mismo, sin mujeres.
Y no sólo para que no entraran, sino con la intención de que tampoco se permitirían libros, obras de arte o decoraciones hechas por mujeres.
“Mi intenso odio a las mujeres», explicó en su última voluntad, «no es de origen o desarrollo reciente ni se basa en las diferencias personales que haya tenido con ellas, sino que es el resultado de mis experiencias con mujeres, sus observaciones y el estudio de todas las literaturas y obras filosóficas”.
Su hija Margretta luchó en los tribunales y logró anular el misógino testamento.
VOLVER A EMPEZAR
Para algunos cónyuges amargados, la última voluntad y testamento es a veces una última oportunidad para insultar una vez más a su compañero de vida.
Así fue para el poeta alemán Heinrich Heine, quien en 1856 dejó su patrimonio a su esposa Matilda con la condición de que se volviera a casar, para que «haya al menos un hombre que lamente mi muerte».
Cuando se leyó el testamento del financiero neoyorquino Frank Mandelbaum en 2007, se descubrió que había dejado un fondo fiduciario de 180.000 dólares para sus nietos, pero con una cláusula adicional sobre su hijo Robert.
Los hijos de éste sólo heredarían su parte si Robert accedía a casarse con la madre dentro de los seis meses posteriores a su nacimiento. E
l problema es que Robert es gay y está criando a su hijo Cooper con su esposo, a la vez que litiga en tribunales el legado de su querido padre.
Setenta desconocidos fueron los herederos del aristócrata portugués Luis Carlos de Noronha Cabral da Camara, que dejó su considerable fortuna a extraños elegidos al azar de una guía telefónica de Lisboa.
«Pensé que era una especie de broma cruel», declaró una de las herederas agraciadas al periódico Sol de Portugal.
«Nunca había oído hablar del hombre».
Probablemente el testador era un admirador del director de cine Ernst Lubitsch, autor de la película Si yo tuviera un millón(1932), en la que un magnate decide dejar su fortuna a gente más necesitada que sus herederos, eligiéndoles del listín telefónico.
En este caso, como en muchos otros, la vida imita al arte.
(Fuente: Confilegal. Autora: Adelaida del Campo)